En toda familia el jefe era un hombre, el de mayor edad, y su autoridad se extendía sobre su esposa. Para las mujeres y los niños, la Jia era el centro y el límite del mundo. Las uniones matrimoniales eran contratos concertados por las familias de los involucrados, quienes se mantenían al margen sin ni siquiera conocerse antes de contraer matrimonio, ya que el noviazgo era considerado innecesario. El día de la boda, los novios con sus mejores galas iban desde la casa de la novia hasta la casa del padre del novio. Desde ese momento pasaba a formar parte de este nuevo patriarcado, en el que debía servir a su nueva familia –lo que incluía a sus ancestros- y donde su existencia se restringía a las tareas del hogar. La institución matrimonial no le daba a la mujer derecho a la propiedad familiar mientras viviera el esposo y al estar marginada de la actividad productiva tampoco contaba con recursos propios. El derecho al divorcio era privilegio masculino, y más que una decisión de la pareja era considerado como asunto familiar. Si el matrimonio no respondía a los intereses y expectativas de las familias, era motivo de divorcio. En lo que respecta a la fidelidad, ésta era una obligación exclusivamente de la esposa y se ampliaba tras la muerte de su cónyuge. En el caso de que enviudara, una mujer debía mantener la castidad hasta su muerte, sin poder casarse de nuevo. Mientras, la poligamia masculina sí estaba admitida e incluso contar con varias concubinas se consideraba un signo de distinción y estatus socioeconómico.
la situación de las mujeres, como esposas, era sumamente precaria y sus deberes eran infinitos. La maternidad se perfilaba por lo tanto, como la mayor satisfacción para unas mujeres obligadas a soportar la hostil vida diaria, carente de derechos, bajo la dura tiranía de la suegra. Tener hijos –varones- les concedía la única oportunidad de alcanzar cierto reconocimiento dentro de la Jia. El nacimiento de un hijo varón era considerado una gran alegría debido a que garantizaba la continuación de la línea paterna. Por el contrario, el nacimiento de una niña se vivía como una felicidad menor -si es que había alguna.la educación de las mujeres, dependía de la clase social de pertenencia. En las zonas rurales, las campesinas no recibían educación formal; era considerado un gasto inútil. En cambio, se les enseñaba cuestiones prácticas para un buen desempeño en la vida doméstica. Entre las clases privilegiadas, algunas niñas aprovechaban las lecciones que recibían sus hermanos varones logrando acumular conocimientos de cultura general.
la situación de las mujeres, como esposas, era sumamente precaria y sus deberes eran infinitos. La maternidad se perfilaba por lo tanto, como la mayor satisfacción para unas mujeres obligadas a soportar la hostil vida diaria, carente de derechos, bajo la dura tiranía de la suegra. Tener hijos –varones- les concedía la única oportunidad de alcanzar cierto reconocimiento dentro de la Jia. El nacimiento de un hijo varón era considerado una gran alegría debido a que garantizaba la continuación de la línea paterna. Por el contrario, el nacimiento de una niña se vivía como una felicidad menor -si es que había alguna.la educación de las mujeres, dependía de la clase social de pertenencia. En las zonas rurales, las campesinas no recibían educación formal; era considerado un gasto inútil. En cambio, se les enseñaba cuestiones prácticas para un buen desempeño en la vida doméstica. Entre las clases privilegiadas, algunas niñas aprovechaban las lecciones que recibían sus hermanos varones logrando acumular conocimientos de cultura general.
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